(2015-11-15) Grecia, cuando los movimientos sociales son todo lo que queda
Una abstención disparada, una desmovilización social y una inminente ola de severas medidas de austeridad llaman a una reflexión crítica tras la victoria de Syriza.
En realidad, no hay nada que celebrar. Quizá los izquierdistas europeos llegados a Atenas para apoyar a Syriza puedan justificar sus celebraciones, dado que su visión de Syriza es externa y las más de las veces romántica. En lo que atañe a los griegos, no hay duda de que hay gente de izquierdas honrada y de buena voluntad que ha votado a Syriza o es incluso (todavía) miembro de Syriza. Pero tras los acontecimientos de los últimos meses lo último que quieren es celebrar nada.
Eslogan electoral de Syriza en una parada de autobús: “Está llegando la Esperanza”
Graffiti debajo: “Yo sólo estaba esperando el autobús”
¿Qué tienen que celebrar, cuando mañana el nuevo gobierno liderado por Syriza tiene que poner en práctica y supervisar la implantación de un duro ataque a la naturaleza y a las clases populares, habiendo renunciado a su capacidad de legislar sin la tutela de Bruselas y Berlín, y estando bajo el chantaje continuo de los acreedores?
El pragmatismo de la Izquierda y la desmovilización social
El nuevo “argumento de venta” de Tsipras es su lucha contra la corrupción y la oligarquía, ya que su recién adoptado “pragmatismo” dice que no puede seguir luchando contra la austeridad y la reestructuración neoliberal. De este modo, el horizonte de la Izquierda en Grecia se ha convertido en una “austeridad con rostro humano”, en una “menos corrupta” y “más justa” aplicación de la barbarie neoliberal.
Por desgracia, en los próximos meses vamos a ser testigos de cómo la “madurez política” y el “pragmatismo” de Tsipras se extienden a nuevas áreas: el pragmatismo dice que no se puede luchar contra aquéllos que poseen la riqueza y los medios de comunicación en Grecia, que no se puede cerrar la desastrosa mina de oro en Skouries, que se tienen que privatizar las compañías de agua después de todo, que no puedes permitir que ocupaciones de los trabajadores como VIOME desafíen la propiedad privada, y que la forma de tratar la protesta y las voces discordantes es desplegando las fuerzas del orden público.
En resumen, el pragmatismo de la Izquierda va a lograr todo lo que la arrogancia de la Derecha no pudo; es decir, someter a una población que ha estado luchando contra la barbarie neoliberal durante 5 años.
Mientras tanto, los movimientos sociales han sido engañados para quedar a la espera, a la espera de que Syriza cumpla el papel que se auto-asignó: el de mediador entre la resistencia social y el poder político. El gobierno está ganando tiempo, mientras la desmovilización de la acción social implica la derrota de las luchas una por una: los trabajadores auto-gestionados de ERT apartados por la nueva dirección, el movimiento anti-minas en Halkidiki sufriendo la destrucción de su tierra… ¿Quién será el próximo? ¿Quizá el auto-gestionado VIOME, luchando por legitimar su actividad en condiciones adversas? ¿Puede que el movimiento por el agua de Thessaloniki, que luchó con fiereza y detuvo la privatización, sólo para ver cómo ésta volvía a la mesa según los términos del nuevo memorándum?
El fracaso de la escisión de Syriza “Unidad Popular” en su intento de movilizar a los votantes de izquierdas no es ninguna sorpresa; a pesar de su retórica anti-memorandum, el nuevo partido repitió algunas de las más reprobables prácticas de Syriza: se constituyó en un proceso vertical, únicamente sobre cuadros de partido, construido en torno a flamantes y egocéntricas personalidades, proyectando una hegemonía sobre movimientos y otras fuerzas políticas, buscando seguidores más que aliados, y presentando su programa de reconstrucción del capitalismo nacional fuera del euro, centrado en el Estado, como el Santo Grial de la política transformadora. Fracasó en la movilización de los ex-votantes de Syriza, la mayoría de los cuales prefirió quedarse en casa antes que salir a votar por Unidad Popular; también fracasó cuando trató de convencer a las bases de Syriza simpatizantes de los movimientos, que hasta ahora permanecen políticamente sin hogar. Esto, así, permitió a Tsipras emerger como el vencedor absoluto del juego electoral.
Abstención electoral y el “mal menor”
Algunos podrían argumentar que la conservación de su porcentaje de voto por Syriza en las elecciones del domingo es un signo de que el grueso de la población consiente el “pragmatismo” del partido. Habría que remarcar dos puntos al respecto:
Primero, es una postura perfectamente respetable votar por Syriza como el mal menor neoliberal. Votar por definición implica complejos cálculos, chantaje político y una serie de dilemas éticos que los griegos han afrontado tres veces en menos de 8 meses. Aquéllos que se abstienen por razones políticas no pueden esgrimir una superioridad moral con respecto a quienes usan la instrumentalidad de su voto en esta variable y compleja situación política. Pero no supongamos tampoco que todos los que materializaron un voto instrumental por Syriza con miras a impedir la reinstauración de la detestada Nueva Democracia se van a quedar de brazos cruzados cuando el gobierno comience su asalto contra la gente y la naturaleza en los próximos meses.
En segundo lugar, y más importante, mientras el sistema político está diseñado para mantener las apariencias y garantizar la continuidad en el poder, no se puede negar que el aspecto más significativo de las elecciones del domingo fue la abstención, que se disparó hasta el 45% partiendo del 36% en enero y del 29% en 2009. Es fácil calcular que en un país con 10 millones de votantes registrados esto se traduce en más de 4 millones de personas que no votan, o en cerca de 1 millón y medio que han perdido la fe en el sistema político desde el inicio de la crisis. Esta última cifra representa aproximadamente el mismo número de personas de las que votan por uno u otro de los dos más importantes partidos políticos.
No deberíamos precipitarnos y declarar a todas estas personas como integrantes de la emancipación social y la auto-determinación, como algunos anarquistas quisieran. Sin duda una masa social crítica se abstiene de votar porque tiene un concepto de la política como la representación de un proceso colectivo, no como el ritual de llenar una urna (ninguno de ellos necesariamente excluye al otro). En todo caso, un amplio abanico de motivos y circunstancias puede conducir a este desencanto, entre los cuales pueden estar la apatía, la impotencia, el individualismo y la resignación.
Mientras el sistema político no se podría preocupar menos por esta enorme masa de ciudadanos desencantados (mientras se queden en casa y no voten por partidos-protesta que pudieran causar disrupción, les da lo mismo), de hecho quienes deberían de verdad estar preocupados por esta parte de la población son los movimientos sociales y los movimientos ideológicos que se sienten más cercanos a la calle; a saber, el movimiento libertario y la Izquierda extra-parlamentaria. ¿Cómo podemos atravesar el muro de la apatía y el individualismo, conectar con los deseos y aspiraciones de la población desencantada, y cultivar el espíritu colectivo, la organización social y la creatividad, el deseo de cambio y la emancipación?
Lo inadecuado de las prácticas políticas
Desgraciadamente, grandes fragmentos de los movimientos libertarios e izquierdistas están más preocupados de preservar su identidad que de conectar con las clases desencantadas. Distribuimos nuestros manifiestos indescifrables, en gran medida para uso interno; nos aferramos a nuestra pureza ideológica y a nuestro maximalismo retórico; vociferamos nuestros agrios eslóganes y acunamos nuestras banderas; presumimos cuando tenemos un puñado más de manifestantes en nuestras marchas o cuando nuestros partidos consiguen unos miles más de votos en las elecciones. Mientras tanto, millones de personas ahí fuera están hambrientas de cambios sociales, pero están probablemente resignadas a una existencia individualista, y nosotros no tenemos los medios de llegar hasta ellas.
Mientras muchos interpretarían el 45% de abstención como un rechazo saludable del simulacro sin sentido que es la democracia representativa, se puede también interpretar como un fracaso, o más bien como una sucesión de fracasos: el fracaso de un orden social al tratar de integrar grandes porciones de la población en la vida social mayoritaria; el fracaso de un sistema político al intentar ofrecer vías efectivas para el cambio del susodicho orden social; el fracaso de los movimientos sociales y la Izquierda para crear un nuevo imaginario de transformación de este sistema político.
Una oportunidad para reflexionar
La política de “no hay alternativa” promovida por nuestro gobierno de izquierdas seguramente aumentará la resignación y la apatía; aun así una sociedad bajo presión extrema durante tantos años acabará sin duda explotando tarde o temprano. Los movimientos sociales en Grecia han producido respuestas admirables hacia la auto-emancipación en los últimos años, pero no han podido articular estas respuestas en una voz coherente, en una propuesta para superar el orden político y económico actual. Han idealizado la parcialidad y la fragmentación, y de este modo han sido manipuladas para someterse al proyecto hegemónico de Syriza.
La pírrica victoria de la Izquierda en las últimas elecciones del domingo debería dar inicio a un proceso de reflexión crítica, tanto en Grecia como en toda Europa. Tenemos por delante momentos difíciles de resistencia, y los movimientos sociales, no importa cuán pequeños e insignificantes, constituyen en este momento la única fuerza antagónica que queda contra la barbarie capitalista.
Theodoros Karyotis
Septiembre 2015
Originalmente publicado en opendemocracy.net
Traducido por Fernando Burguete para CAS